lunes, octubre 01, 2018

 

Antes de que se me olvide


Tomás Oropeza Berumen


En 1968 yo tenía 15 años y estaba en segundo de secundaria en la Universidad Autónoma de Chihuahua, dónde se  trataba a los alumnos como niños delincuentes.
Había unas señoras que cuidaban de que lleváramos calcetines, cinturón y que no hiciéramos relajo en los pasillos. Eran unas ancianitas qué sólo hacían el trabajo por el que les pagaban, pero para nosotros, adolescentes, eran la figura de la autoridad junto con el secretario de la prepa, al que apodaban Pinocho, el señor Grajeda.
Las clases transcurrían aburridas y monótonas en su mayoría. Con sus profesores y maestras que seguramente también se aburrían en aquellos años del Milagro Mexicano que nunca sacó al pueblo de la miseria. Pero eso no se decía en la escuela.
Las clases no tenían nada que ver con la vida real. La escuela era como una realidad paralela, soporífera,  al menos en mi caso de chavo que vivía en lo que entonces era una colonia semi rural y sin pavimentar, Las Granjas (hace 50 años, UF!!). Mi papá era ferrocarrilero del CHP. Y creo que el único que tenía trabajo de planta entre los vecinos que eran albañiles, comerciantes, prostitutas (no se decía eso) meseros y hasta un chivero al que admirábamos por la maestría con que usaba la honda. Él era ya entonces una especie en extinción.
De la historia verdadera y real de la sociedad chihuahuense no se hablaba en las clases de historia ni literatura.
Yo no tenía la menor idea de lo que pasaba a mí derredor. Ni en el país ni en ninguna parte más allá de mi barrio y mi casa. Y eso es mucho decir.
Eso sí, me encantaba jugar al fútbol en una cancha que le arrebatamos al llano y los mezquites. Ahí jugábamos hasta que ya no veíamos la pelota y nuestras madres nos llamaban a cenar y dormir.  Después de ver algún programa gringo, cómo Bonanza, en la tele. O el noticiero de Jacobo Zabludovsky de cuya palabra nunca se dudaba en casa. Mis lecturas eran El Chanoc, Superman, Rolando el Rabioso, Hermelinda linda, El Santo, a veces La familia Burrón, Tawa, El hombre araña, Batman y Robin, y lo más culto: Clásicos de la literatura infantil. Y detestaba las Vidas ejemplares (de santitos, ja!). Todo este material de los sueños nos lo enviaba mi abuelo, desde Juaritos lindo y era una fiesta el día que el cartero llegaba con su cargamento.
En mi casa no había para comprar el periódico. Pero gracias a mi abuelo y al tío Manuel yo leía o más bien veía Sucesos para todos y La alarma!  Yo vivía en un mundo raro.
Pero una mañana llegué a la escuela y vi las fotos de niños y jóvenes muertos a balazos en un periódico mural en un pasillo de la secundaria y preparatoria de la UACH. Y me estremecí. Me indigne, Algo se movió en mí.
Y comenzaron las asambleas y manifestaciones. Convocadas por los alumnos más enterados y capaces de articular más de tres palabras para informarnos sobre lo que estaba pasando en México (así se decía y se dice todavía en Chihuahua).
Llegaron brigadas de activistas chilangos y mugrosos, de greña larga y mucho verbo a repartirnos volantes (octavillas dirían en las novelas rusas como La madre. Qué en ese entonces no había leído.
Y conocí el mimeógrafo. Los stenciles y los bastidores para hacer posters. Y escuchamos cientos de batos cómo yo las canciones sobre el Che Guevara de Judith Reyes, Daniel Viglietti, Mercedes Sosa y José de Molina. Nada que ver con los niños bonitos de la televisión César Costa, Enrique Guzmán o Angélica María, imágenes distorsionadas y ridículas de los jóvenes mexicanos que estaban en rebelión por un pliego petitorio que me aprendí de memoria para poder explicarle a los campesinos gorrudos y a las amas de casa y obreros a quienes les llevábamos los volantes en el mercado Juárez, la Plaza de Armas, la calle Libertad (la Liber), y paradas de camión, y la estación de los Ferrocarriles Nacionales de México y el Chepe que era el Delito de disolución social, los presos políticos, etc. Perdí el miedo a hablar en los mítines relámpago y hasta fui detenido por unos patrulleros que me llevaron a la delegación por repartir volantes. Y me salvé de ser rapado gracias a la rápida defensa de los Nachos ( estudiantes de Derecho agrupados en la Sociedad Ignacio Ramírez).
Aprendimos a leer, a hablar y a escribir volantes, pintas en los muros con aceite quemado mezclado con negro de humo (receta del entonces pasante de Derecho Jaime García Chávez que después, en la prepa sería mi profesor de Doctrinas Filosóficas y -como bibliotecario- orientador de mis escasas  lecturas).
Conocimos la pequeña ciudad del Chihuahua de aquellos años. Y fui consciente de que vivimos en una sociedad terriblemente injusta.
Pero después de la matanza de estudiantes del 2 de octubre en la Plaza de las tres culturas, las Olimpiadas nos hicieron “ olvidar”  por unos días la mierda en que vivíamos. Y aunque el año ya casi terminaba seguimos buscando una explicación a la violencia del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Y en la misma universidad las conferencias, discusiones y lecturas nos fueron aclarando las causas de la represión.
A un año de la masacre del 2 de octubre un profesor de Psicología nos dio una conferencia. Y esa misma noche el Ejército lo secuestró y torturó. Lo mantuvo desaparecido  en el Campo militar número 1 en la capital del país. Pero gracias a la movilización estudiantil y popular tuvieron que liberarlo.
El profe Antonio Becerra, miembro del PCM nos platicó en clase las torturas que le aplicaron. Y aunque para esas fechas muchos ya veíamos el oportunismo de ese partido le teníamos respeto a gente como él.
Muy intensos fueron los meses que siguieron. Muchos folletos y libros que nos prestaban o comprábamos con el sorbono, leímos para entender que México no era lo que nos habían dicho los libros de texto de la escuela pública. Ni lo que nos enseñaban los profesores de la UACH. Y fue en ese proceso que formamos un grupito de activistas, el Frente Estudiantil Preparatoriano (Frep) chavos como Juan Chávez , El abuelo, Pizarro, El Banano, el Ornelas, El niño, Borunda, Celia yo y otros que no recuerdo. Se trataba de deslindamos del Círculo Fraternal del Instituto, la sociedad de alumnos, más o menos oficiosa. Dónde luego conocí a Ignacio Rodriguez, Nacho, quién prácticamente abolió las novatadas y le dio un giro a la sociedad de alumnos hacia la izquierda.
En medio del movimiento estudiantil de la UNAM y el Politécnico y sus repercusiones en Chihuahua, dónde había motivos para el descontento se produjo, sin que muchos ni cuenta nos diéramos  la guerrilla de Oscar González, un intento por continuar la lucha de Arturo Gámiz y su grupo por tierra, pan y justicia para los campesinos.
Los años que siguieron al 68 fueron de rebeldía y lucha por todos los medios contra el gobierno de la burguesía.
Para enfrentarla el Estado utilizó, como siempre, al ejército y las policías en una guerra sucia cuyas consecuencias aún se viven. Pero lo más efectivo para mantener el dominio y la explotación ha sido la política de cooptación de una izquierda carente de principios. Que renegó del marxismo para asumir una ideología nacionalista y democrática burguesa. Dónde lo único que pueden hacer los explotados es participar en elecciones para votar por uno u otro de los representantes del capital.
Pero mientras haya explotados y explotadores, dueños de los medios de producción y millones de desposeídos que viven de vender su fuerza de trabajo, habrá lucha de clases y necesidad de una revolución socialista.
Cd. de México. A 30 de septiembre del 2018.
2 de octubre no se olvida!!














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