Antes
de que se me olvide
Tomás
Oropeza Berumen
En
1968 yo tenía 15 años y estaba en segundo de secundaria en la
Universidad Autónoma de Chihuahua, dónde se trataba a los
alumnos como niños delincuentes.
Había
unas señoras que cuidaban de que lleváramos calcetines, cinturón y
que no hiciéramos relajo en los pasillos. Eran unas ancianitas qué
sólo hacían el trabajo por el que les pagaban, pero para nosotros,
adolescentes, eran la figura de la autoridad junto con el secretario
de la prepa, al que apodaban Pinocho, el señor Grajeda.
Las
clases transcurrían aburridas y monótonas en su mayoría. Con sus
profesores y maestras que seguramente también se aburrían en
aquellos años del Milagro Mexicano que nunca sacó al pueblo de la
miseria. Pero eso no se decía en la escuela.
Las
clases no tenían nada que ver con la vida real. La escuela era como
una realidad paralela, soporífera, al menos en mi caso de
chavo que vivía en lo que entonces era una colonia semi rural y sin
pavimentar, Las Granjas (hace 50 años, UF!!). Mi papá era
ferrocarrilero del CHP. Y creo que el único que tenía trabajo de
planta entre los vecinos que eran albañiles, comerciantes,
prostitutas (no se decía eso) meseros y hasta un chivero al que
admirábamos por la maestría con que usaba la honda. Él era ya
entonces una especie en extinción.
De
la historia verdadera y real de la sociedad chihuahuense no se
hablaba en las clases de historia ni literatura.
Yo
no tenía la menor idea de lo que pasaba a mí derredor. Ni en el
país ni en ninguna parte más allá de mi barrio y mi casa. Y eso es
mucho decir.
Eso
sí, me encantaba jugar al fútbol en una cancha que le arrebatamos
al llano y los mezquites. Ahí jugábamos hasta que ya no veíamos la
pelota y nuestras madres nos llamaban a cenar y dormir. Después
de ver algún programa gringo, cómo Bonanza, en la tele. O el
noticiero de Jacobo Zabludovsky de cuya palabra nunca se dudaba en
casa. Mis lecturas eran El Chanoc, Superman, Rolando el Rabioso,
Hermelinda linda, El Santo, a veces La familia Burrón, Tawa, El
hombre araña, Batman y Robin, y lo más culto: Clásicos de la
literatura infantil. Y detestaba las Vidas ejemplares (de santitos,
ja!). Todo este material de los sueños nos lo enviaba mi abuelo,
desde Juaritos lindo y era una fiesta el día que el cartero llegaba
con su cargamento.
En
mi casa no había para comprar el periódico. Pero gracias a mi
abuelo y al tío Manuel yo leía o más bien veía Sucesos para todos
y La alarma! Yo vivía en un mundo raro.
Pero
una mañana llegué a la escuela y vi las fotos de niños y jóvenes
muertos a balazos en un periódico mural en un pasillo de la
secundaria y preparatoria de la UACH. Y me estremecí. Me indigne,
Algo se movió en mí.
Y
comenzaron las asambleas y manifestaciones. Convocadas por los
alumnos más enterados y capaces de articular más de tres palabras
para informarnos sobre lo que estaba pasando en México (así se
decía y se dice todavía en Chihuahua).
Llegaron
brigadas de activistas chilangos y mugrosos, de greña larga y mucho
verbo a repartirnos volantes (octavillas dirían en las novelas rusas
como La madre. Qué en ese entonces no había leído.
Y
conocí el mimeógrafo. Los stenciles y los bastidores para hacer
posters. Y escuchamos cientos de batos cómo yo las canciones sobre
el Che Guevara de Judith Reyes, Daniel Viglietti, Mercedes Sosa y
José de Molina. Nada que ver con los niños bonitos de la televisión
César Costa, Enrique Guzmán o Angélica María, imágenes
distorsionadas y ridículas de los jóvenes mexicanos que estaban en
rebelión por un pliego petitorio que me aprendí de memoria para
poder explicarle a los campesinos gorrudos y a las amas de casa y
obreros a quienes les llevábamos los volantes en el mercado Juárez,
la Plaza de Armas, la calle Libertad (la Liber), y paradas de camión,
y la estación de los Ferrocarriles Nacionales de México y el Chepe
que era el Delito de disolución social, los presos políticos, etc.
Perdí el miedo a hablar en los mítines relámpago y hasta fui
detenido por unos patrulleros que me llevaron a la delegación por
repartir volantes. Y me salvé de ser rapado gracias a la rápida
defensa de los Nachos ( estudiantes de Derecho agrupados en la
Sociedad Ignacio Ramírez).
Aprendimos
a leer, a hablar y a escribir volantes, pintas en los muros con
aceite quemado mezclado con negro de humo (receta del entonces
pasante de Derecho Jaime García Chávez que después, en la prepa
sería mi profesor de Doctrinas Filosóficas y -como bibliotecario-
orientador de mis escasas lecturas).
Conocimos
la pequeña ciudad del Chihuahua de aquellos años. Y fui consciente
de que vivimos en una sociedad terriblemente injusta.
Pero
después de la matanza de estudiantes del 2 de octubre en la Plaza de
las tres culturas, las Olimpiadas nos hicieron “ olvidar” por
unos días la mierda en que vivíamos. Y aunque el año ya casi
terminaba seguimos buscando una explicación a la violencia del
gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Y en la misma universidad las
conferencias, discusiones y lecturas nos fueron aclarando las causas
de la represión.
A
un año de la masacre del 2 de octubre un profesor de Psicología nos
dio una conferencia. Y esa misma noche el Ejército lo secuestró y
torturó. Lo mantuvo desaparecido en el Campo militar número 1
en la capital del país. Pero gracias a la movilización estudiantil
y popular tuvieron que liberarlo.
El
profe Antonio Becerra, miembro del PCM nos platicó en clase las
torturas que le aplicaron. Y aunque para esas fechas muchos ya
veíamos el oportunismo de ese partido le teníamos respeto a gente
como él.
Muy
intensos fueron los meses que siguieron. Muchos folletos y libros que
nos prestaban o comprábamos con el sorbono, leímos para entender
que México no era lo que nos habían dicho los libros de texto de la
escuela pública. Ni lo que nos enseñaban los profesores de la UACH.
Y fue en ese proceso que formamos un grupito de activistas, el Frente
Estudiantil Preparatoriano (Frep) chavos como Juan Chávez , El
abuelo, Pizarro, El Banano, el Ornelas, El niño, Borunda, Celia yo y
otros que no recuerdo. Se trataba de deslindamos del Círculo
Fraternal del Instituto, la sociedad de alumnos, más o menos
oficiosa. Dónde luego conocí a Ignacio Rodriguez, Nacho, quién
prácticamente abolió las novatadas y le dio un giro a la sociedad
de alumnos hacia la izquierda.
En
medio del movimiento estudiantil de la UNAM y el Politécnico y sus
repercusiones en Chihuahua, dónde había motivos para el descontento
se produjo, sin que muchos ni cuenta nos diéramos la guerrilla
de Oscar González, un intento por continuar la lucha de Arturo Gámiz
y su grupo por tierra, pan y justicia para los campesinos.
Los
años que siguieron al 68 fueron de rebeldía y lucha por todos los
medios contra el gobierno de la burguesía.
Para
enfrentarla el Estado utilizó, como siempre, al ejército y las
policías en una guerra sucia cuyas consecuencias aún se viven. Pero
lo más efectivo para mantener el dominio y la explotación ha sido
la política de cooptación de una izquierda carente de principios.
Que renegó del marxismo para asumir una ideología nacionalista y
democrática burguesa. Dónde lo único que pueden hacer los
explotados es participar en elecciones para votar por uno u otro de
los representantes del capital.
Pero
mientras haya explotados y explotadores, dueños de los medios de
producción y millones de desposeídos que viven de vender su fuerza
de trabajo, habrá lucha de clases y necesidad de una revolución
socialista.
Cd.
de México. A 30 de septiembre del 2018.
2
de octubre no se olvida!!
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