lunes, septiembre 28, 2009

EL CHANTAJE

Tomás Oropeza Berumen

México, 2009-09-27.- La campaña publicitaria de Felipe Calderón por imponer el paquete fiscal 2010 sigue desplegándose en todos los medios sin lograr convencer de sus imaginarias bondades a amplios sectores empresariales (cerveceros; académicos, la Consultora Merry Linch, el premio Nóbel de Economía 2003, Robert Engle), ni a los partidos políticos de la oposición que juntos hacen mayoría en el Congreso.

Desesperado Calderón y sus empleados, como el titular de la Sedeso Ernesto Cordero, sobrino del ex presidente Miguel de la Madrid, han recurrido al chantaje con su cantaleta de que “el tiempo se esta acabando para ayudar a los niños pobres” y que por tanto debe hacerse “algo”. Es decir aceptar el proyecto calderonista: IVA generalizado, aumento del 2 por ciento al ISR; impuesto del 4 por ciento a la telefonía e Internet; aumentos a los precios de gasolina, gas butano, diessel, electricidad, agua potable, etc.

El colmo ha sido la amenaza de que si no se aprueba el paquetazo 2010 no habrá vacunas para prevenir la influenza H/A1N1 y que 18 millones de mexicanos que se encuentran en pobreza alimentaria “tendrán que saltarse una comida al día”.

Nada se dice de que esas nuevos cargas fiscales repercutirán en un incremento en cascada de todos los precios y por tanto producirán una disminución del consumo, provocarán una contracción en las compras y una mayor recesión económica.

Para quienes tienen ingresos fijos todos estos impuestos implican una reducción del consumo. Y si sabemos que a menor ingreso se dedica un mayor porcentaje a la compra de alimentos, lo que pasará es que se reducirá el consumo de alimentos en las familias que ya de por si están padeciendo del aumento en los precios de estos.

Para muchos capitalistas el paquete económico provocará una disminución de sus ganancias, encarecimiento de sus productos, perdida de capacidad competitiva y hasta la ruina. Solo sobrevivirán los más fuertes y la vieja leyes de la concentración y centralización del capital seguirá su marcha junto al empobrecimiento creciente de la población.

El panorama en que se da la discusión en el Congreso esta marcado por una tasa de desempleo superior al 6 por ciento, inflación en servicios y productos de consumo popular y muestras diversas de hartazgo social, entre las que se encuentra el vandalismo y la violencia sin fin de la llamada guerra contra el narco. Además una serie de extraños acontecimientos están enrareciendo el ambiente. Nos referimos al “secuestro de una aeronave por un apocalíptico personaje del que una vez cumplida su misión nada se ha vuelto a saber; al caso del “asesino del metro Balderas”, quien se negó a declarar ante la justicia del DF y exigió hacerlo ante la justicia federal (¿Será porque confía en Genaro García Luna, titular de la SSP?) Así como la serie de atentados contra bancos y boutiques por supuestos comandos autónomos anarco-ecologistas. Asuntos que parecen cosas de lunáticos, pero que podrían servir como pretexto para que los panistas y las buenas conciencias exijan que el ejército patrulle las calles del DF.

El paquetazo de Calderón sólo busca cuadrar cifras, llenar un hoyo haciendo otros, pero no contribuye a reactivar la economía, a crear más empleos y mayor riqueza. Existen otras maneras de subsanar el déficit como lo ha demostrado el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, quien la semana pasada presentó al Congreso una propuesta que permite recabar 500 mil millones de pesos, 200 mil millones más que el plan del secretario de Hacienda Agustín Carstens.

El plan alternativo de López Obrador, líder del Movimiento en Defensa de la Economía Popular implica la reducción de los sueldos de los jerarcas del gobierno, cobrar impuestos a las grandes empresas que gozan del régimen de extensión fiscal, terminar con las millonarias pensiones a los ex presidentes, etc. medidas que atentan contra el régimen de privilegio encabezado por Calderón y que sólo podrán imponerse con la presión de un amplio movimiento popular.

Por cierto no debe perderse de vista el carácter limitado y keynesiano de la propuesta de AMLO que no va más allá de una distribución menos inequitativa de la riqueza, pero no cuestiona para nada la propiedad privada de los medios de producción y distribución. Esa tarea toca hacerla a un proletariado sin cabeza y a sus organizaciones revolucionarias por hoy inexistentes.