miércoles, septiembre 24, 2014

¿CUÁNDO NOS PREGUNTARON?

Tomás Oropeza Berumen

Ante el “debate” que actualmente  se desarrolla en las alturas acerca de la conveniencia o no  de aumentar el salario mínimo, los verdaderos afectados por la política salarial impuesta a sangre y fuego a la clase obrera desde hace más  tres décadas siguen sin manifestar su punto de vista.

Los trabajadores peor remunerados, con los empleos más precarios, sobre explotados y sin prestaciones no han sido invitados a la mesa donde patrones, burócratas  y algunos economistas –todos ellos con salarios millonarios- tratan de inventar fórmulas para que los grandes productores de mercancías y servicios puedan venderlas, pues debido al enorme desempleo y a la miseria de los mexicanos las fábricas y el comercio están semiparalizados. Esto, en parte es consecuencia de la actual política económica, pero sobre todo de la  crisis mundial de sobreproducción relativa que vive el capitalismo globalizado.

La preocupación de las agrupaciones empresariales, así como del equipo de EPN, los Chicago Boys de Hacienda y el Banco de México, es que el incremento salarial provoque inflación. Pero nada les importa la pobreza de los 6. 7 millones de  personas (datos del Inegi)  cuyas familias  subsisten con 67 pesos diarios, cifra que según el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) apenas alcanza para adquirir la canasta alimentaria básica para una persona. Por lo que un padre o madre de familia tendría que ganar unos 335 pesos al día para darle de comer a una familia de cinco integrantes.

Otros están peor: De los 44.6 millones de personas que conforman la población económicamente activa del país, a 4.1 millones no les pagan un centavo, es decir realizan trabajo esclavo.

Pero según los economistas al servicio del sistema, preocupados exclusivamente por cumplir con los mandatos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) que supuestamente garantizarían el buen funcionamiento del capitalismo,   los obreros tendrán que seguir aguantando, sacrificando a sus hijos para que no haya inflación y los ricos sean cada vez más ricos y poderosos.

Pero surge la pregunta: ¿Acaso los casi 45 millones de trabajadores y trabajadoras, los que no reciben ningún pago por su actividad, los de salario mínimo, los que ganan un poco más, los desempleados y la familia de todos ellos, es decir la gran mayoría de los cien millones de mexicanos  fueron consultados para decidir la implementación de la actual política económica? 

Claro que nunca se les preguntó si estan de acuerdo en que los dueños de las fábricas, bancos y la tierra se apropien de la tajada del león de la riqueza  que producen los que trabajan por sueldos miserables.

 Tampoco se les preguntó si están de acuerdo en que la política económica la decidan un puñado de burócratas  preocupados exclusivamente por las ganancias de sus patrones y su propio enriquecimiento. Es imposible que la burguesía y su gobierno hagan una pregunta semejante, sería absurdo.

En una sociedad capitalista como la mexicana a los trabajadores se les paga por debajo del valor de su fuerza de trabajo, que es es igual a lo que cuesta la canasta de bienes y servicios requeridos para su consumo y el de su familia en un nivel digno. 

Pero aunque se le pague lo que vale su fuerza de trabajo, el trabajador produce  durante la jornada laboral el valor equivalente al salario, esto es el tiempo de trabajo pago o tiempo de trabajo necesario y en el resto de la jornada, en el tiempo NO PAGADO, produce un plusvalor.  Y el dueño de la fábrica o el taller, la maquiladora, etc. se apropia de ambas fracciones de valor porque es el dueño de los medios de producción y por consiguiente de todo lo producido.  Una parte de ese nuevo valor producido por los obreros se los  paga como salario, la otra se la queda.

A todos los trabajadores del país se les debería pagar mucho más, pero eso no va a ocurrir mientras no luchen por arrancarle a la patronal un incremento general de salarios. Lo cual no terminaría con la explotación, simplemente la reduciría un poco, les daría un respiro en el camino de acumular fuerzas para la lucha por una transformación radical del país.

La clase trabajadora, que sigue siendo una clase en sí, sin consciencia de su fuerza y de sus intereses opuestos a los de la burguesía, debe elevar la mira de la lucha, proponerse  alcanzar metas más importantes y ser consciente de que no necesita de amos, ni gobernantes para producir los valores de uso que requiere   para vivir. De  que puede tomar en sus manos los medios de producción, suprimiendo la propiedad privada de las grandes fábricas, tierras y comercios para su administración por los propios productores en armonía con la naturaleza.

 Y desde luego deberá tomar en cuenta que esto no será posible sin un cambio revolucionario que acabe con la dictadura del capital y su Estado.

 





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